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CRÍTICAS

EXPOSICIÓN EN CÓRDOBA 1999

En tierra de olivos expone Manuel Barahona su canto a Andalucía. Un canto que ha creado escuela. Desde hace ya muchos años, ha encontrado su temática, sentida profundamente; se ha dedicado a pintar a los hombres y mujeres que trabajan en el campo, ha pintado los amaneceres fríos de aires transparentes y los mediodías cálidos, protegidas las cabezas por sombreros de paja, trabajadores a destajo. El vareo de las aceitunas, la recogida del algodón. Sudor impregnando espaldas. Lo hace con amor, cariño, afecto y comprensión. Y esto le permite alcanzar las cualidades de las cosas sentidas profundamente. El resultado es una obra que establece comunicación con el público, que cala profundamente porque carece de rencor, porque no es un grito de protesta y sí de admiración.

Otra consecuencia de ello es que ha creado escuela; frecuente es ver que lo plagian, lo imitan, tratanto de seguir sus pasos. Pero él marca las diferencias, o las marca su calidad. Él tiene el ángel del que carecen sus imitadores; desde la lejanía es posible confundir una imitación, pero basta la proximidad para descubrir el engaño. En el fondo pintar es como correr los cien metros libres. Hacerlo en trece segundos ningún mérito tiene, en once empieza a ser importante, en diez distingue. Y bajar de los diez segundos significa el éxito. Barahona corre los cien metros pictóricos por debajo de los diez segundos, y como consecuencia otros se apuntan a la línea de salida para quedar rezagados, confundidos en el montón. Carecen de alma. Puede que el alma es lo que hace que Barahona establezca las diferencias, o puede que sea el hecho de que es un comunicador perfecto. Sea lo que sea, Barahona impone su ley.

ANDREA NERO 

Gal Art. Mayo de 1999.