CRÍTICAS

BARAHONA, IMÁGENES Y COLORES, EXPOSICIÓN EN MADRID

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En el hacer artístico, con los vuelos, las expresiones, genialidades y ocurrencias, siguen vigentes conceptos figurativos que mantienen constantes culturales, expresan y emocionan porque los motivos se entienden y se viven. En la pintura, como arte de comunicar que es, la dicción ya sea literal, musical o gestual de representación o de emoción, los elementos de la composición y la química de sus coloraciones son factores determinantes. Porque o dice, insinúa, atrae, gusta o golpea, o no es más que un amasijo de oportunidades que otros valoran sin dar una explicación inteligible, inteligente, pero nunca admitida en el fuero interno. Por eso ante la pintura de Manuel Barahona, pintor cordobés, de Puente Genil, uno siente el paisaje andaluz, las luminosidades sureñas y el sosiego tras tan larga experiencia. Barahona es un cronista que dibuja y pinta los espacios de una geografía sentida, desde una consideración cuasi poética. Por eso sentimos la imagen centenaria de los olivos, surcos que suben a la historia, el senequismo de unas gentes que recogen aceitunas, sacan el corcho de los alcornoques, cuidan los algodonales y vendimian en otoños de verdores periclitados.

Barahona demuestra actitudes para el desarrollo de su vocación; ha aprendido técnicas, sabe de procedimientos, conoce la física de la materia y la química de los tonos que de la luz son enriquecimientos de factores visuales. Campos, gente; lo austero y el lujo ambiental; el sitio y los horizontes que se proyectan más allá de la raya de cualquier frontera. Sin esperpento, sin tonos salidos de madre, a veces con el eco apagado de un «quejío», pero con la filosofía del que se siente libre como el pensamiento.

JOSÉ PÉREZ GUERRA

"El Punto de las Artes”, Madrid.